Sobre el arte de hilar y contar

 

Mi madre, una costurera, no me enseñó su oficio. Ella quería que mi destino fuese distinto al de ella. Quiso cambiar las agujas que dejaban sus dedos estropeados por el estilizado lápiz, el cual, en su inocencia, creía inofensivo. Se preocupó por darme instrucción formal en las aulas y me alejó de las tijeras, los dedales, los retazos y los hilos. No contó con que “hija de gata caza ratón” y contra toda precaución me convertí en “hilandera de tramas”. A fuerza de verla en el proceso de elaboración de sus piezas, atareada en diseñar, teñir, tejer, coser, revisar, volver a coser, emparejar, cortar, revisar lo cosido y planchar; trasladé el conocimiento de la tela al papel. Y repetí todo su proceso en mis obras. Me afané en hilar historias, hacer tapetes con párrafos inspirados, bordados de palabras y cosidos de tramas.

Como mi madre muchas veces usé los patrones. Es imposible, cuando se lee tanto a otros autores, no amoldarnos a una forma y un estilo apetecido. Pero pronto comprendí, como vi hacerlo a ella, que había que adaptar el patrón al caso en particular. Cuando la costurera puede prescindir de los patrones para diseñar sus propias creaciones, habrá llegado el momento cumbre. Dar el paso de mero costurero a diseñador.

El buen escritor, el que impone estilos, se deja encontrar por sus obras. No copia de ninguna y copia de todas. Adapta, diseña y se sale de los patrones para crear sin miedo nuevos estilos e imponer modas. El escritor no debe dedicarse a temas impuestos, a los que crea que gustan. Solo debe escribir sobre lo que le apasiona. Debe escuchar mucho para nutrirse. Leer excesivamente, abrir los sentidos. Absorber como esponja la realidad. Debe tener un tiempo de calma, de decantación de la información, de escuchar atentamente la voz interior hasta llegar al momento preciso de exprimir la esponja para luego trasladar inmediatamente lo obtenido en papel , al igual que el diseñador, costurero y tejedor lo plasman en la pieza a crear.

Una buena pieza de vestir, es aquella que se amolda a nuestro cuerpo. Que se adapta y se ajusta a las curvas. Una buena pieza de vestir no debe estar del todo hecha, debe dejar un margen para el ajuste a cada cuerpo. Vueltos por tomar o soltar, pliegues fáciles de adaptar. El costurero se convierte en sastre cuando da pie a que sus obras se adapten a cada cliente. Así mismo el buen escritor debe permitir al lector que no solo observe la obra, sino que se adentre a ella, que la pruebe y ajuste, sacando sus propias conclusiones. No todo debe estar hecho y dicho. La buena pieza necesita ajustes hechos por el destinatario.

Cuando se borda, teje o cose, así como cuando se escribe, nunca debe darse una puntada en vano, cada hebra de hilo debe obedecer a la imagen total que se quiere lograr. Información innecesaria y sin una finalidad solo acabaría por engrosar y entorpecer un relato. No hay nada más feo que un vestido al que le cuelgue tela sin propósito, o un tapete al que le sobren pedazos. No debe temerse al uso de las tijeras y de cuando en cuando afilarlas para que corten sin misericordia.

Otro asunto de importancia es la preocupación por la calidad de la obra. No debe dejarse el trabajo a medio hacer para que un editor lo termine. Debe haber preocupación por la forma y el fondo. La ortografía y los tiempos verbales. No significa que no se puedan romper reglas, pero si se hace, que sea de forma consistente y siguiendo una meta. Siempre vi a mi madre afanada por la presentación de sus prendas de vestir. Cuidar cada puntada, revisar, voltear los vestidos al revés para buscar defectos, desvivirse por lograr ojales perfectos donde cazaran los botones de forma precisa para que cumplieran su función en sujetar la pieza. En el oficio de escritor cada metáfora, cada símil, debe ajustarse como esos ojales y esos botones, permitiendo que la obra abra y cierre de manera efectiva en la imaginación del lector.

Todos ansiamos un buen abrigo en invierno, como un fresco vestido de veraneo. Telas gruesas para el frio como las finas y vaporosas para soportar los calores del verano. El buen escritor debe buscar las “telas” adecuadas para fabricar su obra. Responder a la necesidad social del entorno y, ante ella, cubrir a su lector o desvestirlo.

Un buen escrito debe levantar polémica, generar opiniones, desatar las lenguas y abrir los pensamientos. Una buena pieza de vestir o de escritura, no debe mostrarlo todo, pero ser suficientemente reveladora para causar la sensación de lo magistralmente creado.

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